Avanza, escanea y dispara al alien. Repetir hasta la saciedad.
Muchos, y en muchos lugares, esgrimirán desde el primer momento que este
?Killer 7? es un juego tan original, tan extraño, que debe tomarse un baremo especial, o al menos peculiar, para medir tan gran derroche de originalidad tan fácilmente incomprendida. Pero es un error, en mi modesta opinión, caer en semejante trampa de pensamientos. Un juego no puede ser medido únicamente por criterios de puesta en escena o tratamiento estilístico; un juego, por encima de todo, debe permitir ser jugado y, lo que es más importante, debe ser divertido.
?Killer 7? falla estrepitosamente en el más importante aspecto de todos los que conforman un videojuego, y casi se diría que se jacta de ello. Prefiramos pensar que no se han dado cuenta (si es que eso es posible).
¿Y qué es lo que tenemos entonces? Pues aparte de una historia que intenta ser enrevesada simplemente por el mero hecho de no contarte nada con claridad, encontramos un control tan pésimo como los fallidos gráficos. Veamos:
El personaje (cualquiera de los 7) únicamente se mueve hacia delante. Pulsando atrás gira 180 grados, y entonces sólo vuelve a avanzar hacia el frente (es lo que usaremos para alejarnos del enemigo cuando se acerque demasiado). A los pocos metros llegarás a una bifurcación, giro o cambio de nivel. La pantalla te muestra las opciones y tú eliges por cuál continúas, pero ni siquiera tienes el placer de hacerlo girar? Recuerda, tu personaje sólo avanza en línea recta.
Triste, y aún más triste cuando el juego carga en demasiadas ocasiones, demasiadas para unos escenarios tan simples y cortos. Es tal la mecánica que resulta casi imposible llegar a perderte del todo; y el mapa (poco claro) no colabora mucho. Para mayor facilidad, la pantalla te marca en un color diferente el área en el que ya has estado, y como en realidad
no exploras, sino que te limitas a elegir derecha o izquierda en cuanto llegas a una intersección, pues tampoco hay mucho por donde investigar. Y es que ni siquiera te puedes pegar a las paredes para mirar por las ventanas, o para que no te cojan por la espalda, o para esquivar al enemigo. Nada de nada.
Sólo te mueves hacia delante, y apuntas y disparas, y nada más. ¿Y si quisieses observar los objetos, o buscar pistas, o deleitarte con el modelado de los decorados? Pues es imposible. Imposible porque los decorados están absolutamente vacíos, imposible porque no hay pistas y los items a recoger para los pocos puzzles no tienen confusión, imposible porque la calidad gráfica es tan simple (léase mala), que no hay nada que mirar más que el deforme bicho de colores que tienes delante. Dispara y avanza, dispara y avanza, que no hay nada más.
¿Disparar a qué? Ésa es una buena pregunta, y parte de la historia del juego versa sobre tal dilema. Resulta que son las almas de las personas que las siete personalidades han matado en el pasado, y ahora vuelven para vengarse bajo la agrupación terrorista
?Heaven?s Smile?. Son explosivas y avanzan hacia ti para fundirse en un abrazo ígneo mortal.
Al principio aparecen en forma intangible, precedidas por una risa ?fantasmal?. Son formas translúcidas a las que tienes que escanear forzosamente en cuanto aparecen; paso obligado para que se hagan corpóreas y puedas acertarlas con tus disparos. Pero es un paso en realidad vano e inservible, pues si siempre tenemos que apuntar y escanear, ¿por qué no escanea en cuanto pulsamos el botón para apuntar? Pues porque el juego sería aún más sencillo y no requeriría de nosotros más que un tiro al pato (en este caso espíritus) en su punto débil. Realmente lamentable?
El punto fuerte es la extraña historia, con leves referencias a políticas actuales en tono de polémica. Pero me temo que es insuficiente para cargar con el peso absoluto del juego.
Tema aparte son
las personalidades. Cambia el diseño, el arma y el modo en el que la cogen, pero se controlan de forma parecida. Cada una tiene una especie de habilidad especial, pero no se nos permite desarrollarla ni alterarla. ¿Para qué?
Lamentable, en una palabra. Aunque quisiera resaltar que no es malo por ser simple, que no es fallido por encumbrar la sencillez; es simplemente pretencioso por no permitir jugar ni disfrutar.