Quizá el mayor
pero que podemos ponerle a
Dragon Quest XI: Ecos de un pasado perdido sea su capacidad para innovar y sorprender. Hablamos del onceavo capítulo de una saga muy veterana en Japón, y tras experimentar con el multijugador en DS con
DQIX: Centinelas del Firmamento y probar la experiencia online con
DQX (que nunca viemos en occidente) esta
vuelta a los orígenes también parece un paso atrás a nivel de originalidad, o en la capacidad para sorprender al jugador.
El equipo creativo ha hecho lo que tan bién conseguía hacer la
Square Enix de antaño: crear un juego con una base jugable sólida, una historia interesante y personajes un tanto arquetípicos, pero únicos y con suficiente detalle y opciones para considerarlos realmente
vivos, todo a gran escala y con el mejor hacer de la compañía. Eso sí, por el camino se han perdido las novedades de peso, y solo hay pinceladas: algunas mejoras para los combates (la anecdótica movilidad y los golpes combinados), la opción de relevar personajes, el nuevo sistema de mejora de habilidades (al estilo FFXII) y más flexibilidad para crear y personalizar. Desde luego no es poco, pero tampoco es sobresaliente.